El viento y las adelfas
Editorial: Ediciones La Palma
Elsa. Hace minutos que tengo escrita solo esta palabra: Elsa. La contemplo esperando, sabiendo que ha de surgir. Una palabra vendrá, alada y dócil, como un cisne lejano.
Así Lohengrin, esperanza de Elsa según la música de Wagner.
Antes de conocer del todo a Juan Fierro, entre amigos lo llamábamos «Lohengrin». Y aún no hemos sabido del todo qué música o qué bondad sugirió el nombre.
Juan Fierro tenía una sala, y allí una tarde acudió la voz de Elsa primero, los ojos de Elsa después, las manos de Elsa por último.
Voz, ojos y manos se habían posado sobre La Dehesa y, restituyéndola a su simple ser, La Dehesa quedó transfigurada en Isla, y la Isla quedó transfigurada en poema.
Todo quedó así devuelto a la elemental simplicidad en que consiste lo definitivo.
Solo aquello que es puramente simple y es por sí puede ser primaria referencia de cualquier acontecer.
Lohengrin se definió hijo de Parsifal, fal par si, el ser puro y simple en sí.
Hay un libro de poemas pareados de Ramón de Basterra donde se definen —o se comunican— las cosas puras y simples: el carro, la esquina con la sarta de ajos, el sol cotidiano; con todo, el mejor de los poemas del libro es su título: «La sencillez de los seres».
Los caminos de El Planto, los olores de tierras y de frutas, las personas como la abuela, como Juan José, dichas, miradas, tocadas por Elsa adquieren dimensión en este reino elemental de lo puro y simple en sí.
Elsa: nuestro seno virgen espera pendiente de tus labios, de tus ojos, de tus manos, de ti. Vamos a estar en ti mediante tu estar en nosotros. Y perdóname esta sinceridad que, de ser tú menos, rozaría lo grosero: no se trata de méritos ni virtudes tuyas; ni, por supuesto, nuestras. Se trata de algo más elemental y simple y, sobre todo, gratuito: vivir. Vivir tú en La Palma y en nosotros; vivir nosotros La Palma en ti; vivir por fin La Palma en todo su ser puro y simple, fal par si, Parsifal, de quien nació Lohengrin, el caballero que llegó hasta Elsa en nave traída por un cisne; Lohengrin, música oída tantas veces en casa de nuestro amigo Juan Fierro, en cuya sala una tarde estabas tú, Elsa, sola, llenándolo todo, sola como tu nombre escrito en el principio de una cuartilla, y contemplo esperando, sabiendo que ha de surgir, Elsa.
Luis Cobiella